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Desde siempre vienen siendo puestos de relieve los méritos de la hermandad entre la mayor parte de las organizaciones iniciáticas.
Quizá no resulte ocioso dedicar al respecto algunas palabras a fin de tratar de establecer cuáles son las razones que, más allá de cualquier apariencia, pueden hallarse en la raíz de este hecho.
Más allá de las normas transmitidas por escrito en aquellos documentos que he consultado en el plano real (libros, revistas, opúsculos, etc.) y en el virtual (internet en todos sus consistorios), que pueden aparecer cristalizadas en un escrito, con indicaciones genéricas y que, por lo tanto, pueden ser consideradas de algún modo como relativamente relevante, es posible hallar mayores y más detalladas especificaciones en el desarrollo de todo un conjunto considerablemente más numeroso y específico, proveniente de una fuente que, en la práctica, resulta poco menos que inagotable debido a la necesidad de efectuar múltiples y siempre más sutiles adaptaciones a las indefinidas posibilidades individuales.
Ahora bien, en la Masonería, al menos hasta cierto punto, las cosas no parecen ser de otro modo, si consideramos que el simbolismo francmasónico requiere que cada «piedra» sea desbastada, escuadrada y pulida hasta eliminar todo defecto capaz de comprometer una correcta ensambladura, para así contribuir a la mayor solidez de la obra.
Por lo tanto, considerando que la unión fraternal conlleva en sí misma un método de realización, planteo en esta web page, a grandes rasgos la idea de un «proceso de construcción de la hermandad» derivada de una actitud resuelta a impulsar en paralelo un «proceso de demolición» de aquella tendencia al individualismo que es característica de la condición profana, en la seguridad de que ésta sea la única manera realista y positiva de enfrentar el problema, pues de lo contrario será prácticamente inevitable que todas las buenas intenciones acaben por naufragar -en el mejor de los casos- en la nada.
Prof. Eduardo Luis Grassi Vragnizán
M.: M.: Protocolar